Por: Lic. Leandro Hocquart, (Miembro del IOM2 Delegación Ushuaia)
En uno de los poemas de Alejandra Pizarnik llamado La enamorada, se describen los estado de ánimo de aquella que habiendo perdido un amor, también perdió la razón. La enamorada dice así:
“ante la lúgubre manía de vivir
esta recóndita humorada de vivir
te arrastra Alejandra no lo niegues.
hoy te miraste en el espejo
y te fuiste triste estabas sola
y la luz rugía el aire cantaba
pero tu amado no volvió
enviarás mensajes sonreirás
tremolarás tus manos así volverá
tu amado tan amado
oyes la demente sirena que lo robó
el barco con barbas de espuma
donde murieron las risas
recuerdas el último abrazo
oh nada de angustias
ríe en el pañuelo llora a carcajadas
pero cierra las puertas de tu rostro
para que no digan luego
que aquella mujer enamorada fuiste tú
te remuerden los días
te culpan las noches
te duele la vida tanto tanto
desesperada ¿adónde vas?
desesperada ¡nada más!”
Perder la cabeza, tan asociado al uso de la razón que se considera que una persona enamorada ve los atributos caricaturizados, exaltados de su partener en términos ilusorios. Tanto, que cualquier agente externo rápidamente puede poner en duda sus cualidades racionales al momento de solicitar argumentos de amor.
Ahora bien, ¿por qué motivo se ha dado preponderancia a la razón por sobre las grandes pasiones humanas?
La palabra razón viene del latín ratio, rationis (razón), de reor, reris, reri (creer, pensar) y su valor social encontró en René Descartes una apoyatura epistémica a raíz de la cual se logró poner en duda todo el edificio de conocimientos construidos hasta la edad media basado en el llamado Principio de Autoridad, tornándose entonces como un referente y situando el punto de origen de la edad moderna.
Descartes fue filósofo y científico inventor de la geometría analítica. El concebía que todo conocimiento debía ir montado al menos sobre dos vías, una que incluya los aspectos epistémicos (el tipo de conocimiento científico avalado en una época dada) y por otro lado el óntico (una pregunta por el ser).
Su preocupación por el primero lo llevó a un riguroso interés por el método científico basado en el principio de la experiencia, de manera que era considerado conocimiento científico toda producción que siguiendo ciertas reglas pudiera llegar a los mismos resultados, obteniendo de ellas sendas generalizaciones posibles (en potencia) de comprobarse. Se desprende de esto, que si tal o cual producto era posible de calcularse y replicarse (a través de un método) entonces era avalado por la comunidad científica y lo que no, debía considerarse por lo menos dudoso.
Sobre la segunda de sus preocupaciones lo invadía una pregunta ontológica debido a que lo que se quería responder incumbía de alguna forma todo un pensamiento que había caído en el oscurantismo filosófico. La duda metódica tomaba entonces como modelo de un saber racional clarificado a la ciencia matemática.
La importancia que esto tuvo para los avances de la humanidad son imposibles de negarse ya que a raíz de esta corriente filosófica se ponen en consideración atributos metafísicos como los conocimientos que había hasta ese momento de los conceptos de sustancia, atributo y verdad valiéndose además de la reputación que había alcanzado una disciplina como las matemáticas. El cógito cartesiano “pienso, luego existo” orientaba los modos de pensar desde el objetivismo medieval al subjetivismo moderno declinando la importancia del conocimiento del objeto en sí mismo.
A partir de aquí lo importante era el “a través” ya que el ser humano se proponía como medio, y desde ese momento se otorgaría mayor validez a los sentidos en la construcción de un conocimiento válido.
La ecuación podría delimitarse así “porque dudo, entonces existo y en ese mismo acto me constituyo como ser humano”. Nacía así una concepción del universo denominada mecanicismo.
Muchos años después ya en un contexto pos moderno Juan Samaja, un epistemólogo nacido en Buenos Aires y lamentablemente fallecido hace algunos años, proponía una manera novedosa de abordar el conocimiento asentado en su libro llamado “El Lado Oscuro de la Razón”. Allí presentaba una paradoja y proponía una pregunta obligada al saber científico. En su prólogo la recorría de esta manera:
“¿Por qué la Razón se manifiesta como “orden” “equilibración” y “cierre estructural” cuando, por otro lado, ella se construye en medio del desorden, la confrontación de particularismos y la divergencia, imprevisible y caótica?” Samaja, 1996.
Una posible respuesta a esto es que existe una vigilancia epistémica que funciona a modo de cancerbero, el famoso perro de la mitología griega que tenía como función principal cuidar las puertas del Hades. Este peaje semi-permeable deja pasar solo aquellos conocimientos que han dado cuenta de algunos eventos que son posibles de ser generalizados y replicados, obteniendo de aquí el objeto-producto como fin del progreso científico.
Estas organizaciones jerárquicas construyen así modelos de investigación, verdaderas matrices de datos basados sobre criterios de verdad o falsedad que delimitan los campos de acción de las diferentes disciplinas que se suponen producen conocimiento en la humanidad.
¿Qué sucede con el conocimiento producido de aquellos campos que no han sido avalados por la comunidad científica? En el mejor de los casos se mantienen aledaños por grandes períodos de tiempo, ocultos ante la vista de la sociedad o anulados en su acción bajo el vituperio de lo científico, entendiendo esto último como un fenómeno que responde a un orden socio-cultural en un momento dado.
Si aceptamos que el conocimiento científico es un tipo de conocimiento vivo ( y no un conocimiento absoluto ni rígido) que es posible localizar a partir de los trazos que una sociedad dada inscribe como modo de vérselas con los malestares de una época, descartaremos el impulso de pensarlo como un producto acabado. Lejos de esta concepción, es posible considerarlo más bien como un estadío alcanzado y arbitrariamente valorado por la comunidad científica que así lo determina.
Una fórmula comprensible podría quedar de esta manera:
Si entiendo que cierta patología X (denominada así en un momento dado) es producto de una falta de adaptación orgánica (comprobada científicamente), la única entidad que puede pronunciarse sobre los tratamientos posibles es nada menos que la comunidad científica.
Traduciendo esto a un modo aprehensible postularíamos lo siguiente:
Supongamos, por tomar un ejemplo, que el autismo es producto de un gen deficitario. Podríamos asumir entonces que los únicos tratamientos posibles son los que recomiendan la comunidad científica que ha encontrado en la estadística su colofón y en sus versiones de DSMs su dispositivo de legislación.
Ahora bien, el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM) supone haber encontrado una regla generalizable y apta para todo público de modo tan masivo eficaz que a cada patología le corresponde una serie de síntomas concomitantes.
Identificado el trastorno entonces, el tratamiento posible para domesticar el síntoma irá de la mano de aquellos que han encontrado las causas. Es en este escenario que el avance de las neurociencias con el consiguiente descubrimiento de más y mejores psicofármacos ha logrado reducir el psiquismo a la descripción de redes neuronales, el inconsciente y el deseo del sujeto a respuestas químicas cuantificables por sus instrumentos.
Frente a este panorama otros saberes se alzan a contrapelo, defendiendo el rasgo singular por sobre la medición subjetiva persuadidos por la idea de la excepción de la regla, abriendo una grieta al saber científico, proponiendo una larva que interroga permanentemente los avances sostenidos sobre parámetros de eficacia y eficiencia, dos vectores que tan bien le sientan a la posmodernidad.
¿Por qué existe el malestar de época si todas las patologías son posibles de explicarse en términos biológicos mensurables?
Algo se le escapa al saber científico y no cesa en hacerlo renguear. Los padecimientos, mutan y se expresan en lo más hondo del ser humano, ahí en el lado oscuro de la razón.
Sobre esto que no funciona Freud el inventor del psicoanálisis propuso en el seno de la matriz epistémica de su época un recurso posible para abordar estos fenómenos que no tienen explicación científica. Confrontando el modelo cartesiano decía “donde no se piensa se es” proponiendo que el sujeto (no el individuo) no se reduce a la suma de sus datos.
Pero cuál es este Sujeto del que habla el psicoanálisis? Y por qué perseveramos tanto en diferenciarlo del sujeto de la ciencia?
Contextualizando un poco la historia del Psicoanálisis podemos decir que Freud comenzó a notar que había determinadas enfermedades que no respondían a los tratamientos convencionales, en especial aquellos trastornos que luego denominó Histéricos. De manera que fue construyendo junto a otros pero en ocasiones en profunda soledad, lo que se conoció como su método por excelencia “la asociación libre”. Producto de esto publica un libro llamado “Proyecto de Psicología para neurólogos”. En el preámbulo delataba su ambición general: “… el propósito de este proyecto es brindar una psicología de ciencia natural”.
Podemos notar de qué manera Freud se sentía aún muy determinado a dar respuestas médicas a fenómenos psicológicos. Solo más tarde y ante la experiencia que se le presentaba en su propio consultorio comienza a tomar distancia del imperativo de la medicina para autorizarse a establecer las bases teóricas de su metapsicología como le gustaba llamarlo a él. No sin consecuencias, porque entre la producción teórica y el reconocimiento de su obra, pasaría más de una década.
Su edificio teórico quedará inconcluso tras su muerte en 1940 y algunos herederos de su obra entre los que destacaremos a Lacan serán los encargados de perpetuar el psicoanálisis tal como lo conocemos.
Lacan fue un psiquiatra francés que tomó los fundamentos Freudianos del psicoanálisis y los hizo dialogar con otras disciplinas: la lingüística, la filosofía, la filología, la semiótica en lo que él mismo denominó como su retorno a Freud.
Esta apertura porosa permitió que esos otros discursos encontraran en el psicoanálisis lacaniano un soporte para todo aquel que considere que el viviente por el hecho de hablar, obtiene su ser, Ser en sentido gozado porque el parletre (sujeto hablante) al incluir al goce incluye también el cuerpo.
Los significantes de una época producen en ocasiones malestares que rasgan el cuerpo. Hay un padecimiento que se expresa en el soma como traducción de esa palabra amordazada que pide salir. La ciencia lo sabe y el psicoanálisis también pero las vías para dar cuenta de estos fenómenos son diversas. Mientras unos van en busca de los datos y de la estadística otros demuestran que en lo que respecta al sujeto singular los vínculos se sustraen a los cálculos.
Lo que en la época victoriana de Freud era la histeria, hoy la encontramos traducida en depresiones, ataques de pánico déficit de atención y cuantas otras etiquetas más que no dicen nada de la historia del sujeto.
El sujeto del Psicoanálisis es un fenómeno discursivo, un error en los cálculos para las ciencias, tanto que de alguna manera estas se encuentra embarazada del psicoanálisis y de su Sujeto.
El padecimiento de un individuo hace nudo en la palabra y se torna síntoma, y es por este motivo que los analistas proponemos un recorrido a partir de encuentros en el uno por uno ya que entendemos que en el relato y su posición frente a este existe algo que tiene implicancias históricas.
Finalizo este recorrido con una cita de Lacan respecto de los objetivos del Psicoanálisis que por supuesto lo dice mucho mejor:
“Sus medios son los de la palabra en cuanto que confiere a las funciones del individuo un sentido; su dominio es el del discurso concreto en cuanto campo de realidad transindividual del sujeto; sus operaciones son las de la historia en cuanto que constituye la emergencia de la verdad en lo real.”(Lacan, 1987, pag. 247)
Bibliografía: Freud, S., 2001. Obras completas tomo I. Ed. Amorrortu. Buenos Aires.
Lacan, J., 2013. Escritos I. Ed. Biblioteca Nueva.
Samaja J., 1996. El Lado Oscuro de la Razón. 2 Ed. JVE. Buenos Aires