Por Sol Agusti.- Javier Milei, 52 años, economista, político y docente argentino, líder del espacio político La Libertad Avanza, pre candidato presidencial. Nada que sea distinto a la presentación de un candidato en un año electoral. Pero el “fenómeno Milei” trasciende las presentaciones formales y nos pone de frente a problemáticas que nos atraviesan a nivel institucional y también como sociedad.
Milei es un caso de estudio, genera movilizaciones que ningún otro sector o candidato logran de manera espontánea. Dejemos de lado la denominada militancia, que en general tiene un enorme porcentaje de asistentes que lejos de ir de manera voluntaria son cuasi obligados a asistir a reuniones, caminatas y actividades partidarias.
El caso de Tierra del Fuego es llamativo. Milei se encargó de decir a quien quisiera escuchar su opinión peyorativa sobre la provincia y quienes la habitamos. Expresó su admiración por Margaret Thatcher y no ha tenido declaraciones soberanas respecto a la Cuestión Malvinas. Sin embargo, el viernes 14 de abril se presentó en Ushuaia, donde una multitud de vecinos y vecinas lo acompañaron en una breve caminata, rodeado de personas de seguridad que lo separaban de la gente, pero daban la sensación de cercanía justa y necesaria para la campaña.
Antes había convocado a una conferencia de prensa en la que, lejos de generar el diálogo que dice proponer dio un discurso político, a la manera tradicional y sin permitir preguntas, dividiendo el salón con un área “vetada” porque era por donde el mismo Milei iba a pasar y “no querían gente ni medios alrededor”.
Ahí, en ese encuentro, lejos de la gente, pero cerca de su esencia, fue donde se mostró que “la libertad avanza, pero no habla, no responde, no interactúa”.
¿No es entonces replicar lo mismo que crítica? Cambia el contenido, pero en el fondo, ahí escondidos están esos principios que dice repeler: la casta está intacta en Milei.
Estamos frente a un fenómeno que nos interpela como sociedad incluso porque nos aleja de muchas de las bases que nos conforman como país: educación y salud pública, presencia del Estado en los sectores vulnerables, diálogo, prohibición de armas y venta de órganos, en definitiva, todo dependería -según la lógica Milei- de la posibilidad de cada individuo de alcanzar los medios mínimos e indispensables para la vida y de la autorregulación del mercado.
Con una pobreza e indigencia que atacan al 50% de la población argentina, sin duda es mucho lo que debe cambiarse. Claro que la política tiene desde hace décadas una enorme deuda con la sociedad, pero ¿de dónde creemos que salen esos dirigentes? De la misma sociedad en la que nos alegramos si “zafamos” de una multa por algo malo que hicimos, en la que las avivadas son moneda corriente, en la que la trampa es casi una anécdota diaria.
¿Sabrán los cientos de vecinos que acompañaron a Milei por la calle San Martín que sin la 19.640 probablemente ni el 20% de nosotros estaríamos acá? ¿Sabrán que Milei “admira” a la dirigente inglesa Thatcher, una de las principales responsables de una guerra que terminó con la vida de 649 argentinos y provocó casi la misma cantidad de suicidios producto de una usurpación territorial en nuestra misma provincia?
Discursos de odio, anti-política, derechización pro-armas: Ahí donde cuesta ver lo que somos como país, porque nos duele. Donde la grieta es un negocio de pocos que padecen millones. Ahí donde el insulto y el agravio es moneda corriente. Donde el discurso no permite interpelaciones. Donde el que está enfrente es el enemigo, sin importar porqué, cómo ni cuándo. Ahí está el “fenómeno Milei”. Que la democracia y las elecciones nos amparen.
