Por Lic. Maria Cecilia Fiocchi *
En primer lugar, definamos qué es un “Golpe de Estado”: tomar el gobierno de un modo repentino por parte de un grupo de poder, vulnerando las normas legales de sucesión en el poder vigentes con anterioridad.
Frente a esta definición, está claro que en Bolivia se quebró el Estado de Derecho. Hace algunos días se promovió la renuncia, impulsada por sectores militares, políticos y económicos, de Evo Moralesa la presidencia en ejercicio del mandato constitucional que culminaría el 22 de enero de 2020; y que fue legitimado en el año 2014 con más del 63% de los votos en una elección transparente y sin cuestionamientos. Se interrumpió el mandato de un presidente elegido a través del voto popular sin seguir los procedimientos constitucionalmente establecidos y donde las fuerzas armadas tuvieron un rol protagónico.
Podríamos afirmar entonces, que en Bolivia ocurrió un golpe de estado, con una clara violación a la legalidad e institucionalidad. América Latina, producto de su historia política, dijo “nunca más” a este tipo de sucesos, por lo que cualquier discusión respecto a si efectivamente sucedió o no un golpe de estado es ante todo peligrosa.
Vale la pena recordar que nuestro país desde el año 1983 supo lograr un consenso en materia de derechos humanos y democracia que valió el reconocimiento en todo el mundo. Hoy vemos como desde un sector político se ha roto esta tradición política y diplomática, materializándoseen el posicionamiento del Gobierno Argentino, el cual no reconoce la situación que está sucediendo en el país vecino, sino que simplemente “hace un llamado a todos los actores políticos y sociales bolivianos para preservar la paz social y el diálogo”. Y en palabras del actual Canciller, «no están los elementos para describir esto como un golpe de Estado».
Sumado a esto, desde el mismo sector, vimos el rechazo o la abstención de acompañar la resolución recientemente aprobada por el Congreso de la Nación, la cual condena la situación de Bolivia. Estoy convencida de que existen diferencias ideológicas, pero ante todo la condena.
Hace algunos años, recuerdo haber leído entrevistas de quien fuera entonces Canciller de la República Argentina, Ing. Susana Malcorra, donde manifestaba la necesidad de contar con una política exterior desideologizada. Pragmatismo y desideologización eran prioridades. Sin embargo, parece no haberse llevado a la práctica, estamos siendo protagonistas de un momento donde la ideología genera un fanatismo que impide ver la realidad y lo único que hace es contribuir a la división, a la fragmentación.
Hay que poner un límite claro y no mirar para otro lado, de no hacerlo estaríamos avalando la violación a la institucionalidad y legitimando la violencia como forma de acceso al poder. Soy parte de una generación que nació y creció en democracia, a la que no le da lo mismo, no es indiferente ante los procesos políticos y que defiende la democracia y la voluntad popular como medio para acceder a los cargos públicos para poder ejercer el poder a través del proyecto de gobierno.
Por eso, bregamos por el restablecimiento del orden constitucional y la pronta celebración de elecciones limpias, libres y sin proscripciones en el hermano Estado Plurinacional de Bolivia. Por no replicar resultados como el caso de Chile, Ecuador y Venezuela, donde como resultado y respuesta de las manifestaciones sociales se perdió la vida de personas y miles de heridos, y por la pronta recuperación de la paz social, fundamental para lograr un desarrollo sostenido y bienestar.
*María Cecilia Fiocchi es actualmente la Secretaria de Relaciones Internacionales del Gobierno de la Provincia de Tierra del Fuego.